Creepypastas Pokémon (V)

Pokemaster

Painend, la leyenda del Pokémon demonio

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31/10/2013 20:45

painend

En cuanto abro la puerta, no lo soporto más y me derrumbo en el umbral. Estoy en un bar, bueno, ya lo había supuesto. Una mujer con ropa oscura y unas gafas enormes se acerca a mí con gesto preocupado. A unos pasos se queda paralizada durante un segundo, su cara muestra una emoción y una consternación que me hacen comprender que lo sabe. Y así me lo confirma:

-          Soy Anís. Sé a qué has venido.

Me invade la tranquilidad. Todo va a acabar.

Anís toma la Pokéball de mi cinturón y siento que el dolor y el temor desaparecen en gran medida. Puedo incorporarme y ver que Anís sujeta la Pokéball en la que se encuentra Painend con una expresión que no puedo comprender.

-          Salid todos de aquí, es peligroso. – Me mira antes de que pueda ni siquiera moverme.

-          Tú no, aún te necesitamos.

Estoy nervioso. ¿De verdad es estrictamente necesario que me quede? No quiero hacerlo. Todos se van del bar rápidamente intuyendo el peligro.

Anís baja unas escaleras situadas a la izquierda.

-          Sígueme por favor.

No quiero… pero debo hacerlo. Por venganza por mis compañeros asesinados.

Anís coloca la Pokéball de Painend, que por cierto se ha vuelto completamente negra, sobre una mesa y me habla:

-          Lo siento mucho… No sé por qué ha llegado a tus manos.

Ella lo conoce. Me cuenta una historia que no habría creído si no me acabara de pasar lo que me ha pasado.

Painend es un Zorua. O mejor dicho, lo era. Ahora es el espíritu del que fuera el primer Pokémon de Anís. Pasaron juntos mucho tiempo, durante toda la infancia de Anís. Ella no tuvo una vida fácil. En el colegio sufría las burlas de sus compañeros por preferir la compañía de los libros e interesarse por cuestiones místicas. En una ocasión, Anís se vio envuelta en una pelea importante con un chico de su colegio, aunque no quiere decir su nombre. Él comenzó a molestarla y al final la atacó directamente con su Pokémon, un Riolu. Zorua saltó a defender a su entrenadora, pero era un Pokémon doméstico, un compañero fiel y leal y no un Pokémon de batalla. Nunca había sido entrenado. No era fuerte ni hábil. Solo era fiel.

Riolu atacó con todas sus fuerzas al pobre Zorua. Él voló por los aires y fue a dar contra las piedras del patio del colegio. El golpe fue fatal. No se pudo hacer nada. Murió al cabo de pocos minutos.

Anís quedó profundamente marcada por aquel suceso. Ver la sangre de su leal compañero manchar las piedras del patio fue la imagen más fuerte que nunca presenciaría. El chico se sentía fatal… pidió perdón de todas las formas posibles, pero ella estaba demasiado llena de ira y odio. No podía perdonar. El dolor se apoderó de su corazón y desde entonces no ha desaparecido.

Todo aquel que haya vivido con Pokémon sabe el vínculo que se crea entre ellos y sus entrenadores. Unos lazos que ni siquiera la muerte puede romper.

Zorua era un Pokémon leal. Lo había demostrado. Y aun muerto, lloraba en los confines del cielo, porque el odio de Anís lastimaba su corazón. Cada vez que Anís recordaba a ese chico, Zorua se sentía atravesado por dagas de dolor. Así fue pasando el tiempo… hasta que ni Zorua ni Anís pudieron más.

La pobre chica rezaba cada día por tener de vuelta a su compañero. Zorua no podía aguantar más esa agonía… No lloraba por su dolor, sino porque su entrenadora, su única amiga, sufría porque él no estaba junto a ella. Y el odio que alimentaba a Anís fue llegando también hasta el corazón de Zorua…

Desterrado como ángel caído a las tierras del Inframundo por sus sentimientos impuros y oscuros, decidió que era el momento de resurgir. Realizó un pacto de sangre con el mismísimo demonio. Le pidió volver a la Tierra. De cualquier forma, en cualquier lugar, no importaba la distancia ni el tiempo. Mataría a Riolu y a su amo… Y a todo aquel que se interpusiese en su camino.

El Rey del Inframundo vio en sus ojos su misma mirada. De alguna manera, ese pequeño Zorua poseía todo lo que él poseía: odio, rencor, maldad, oscuridad… Decidió que dejarle volver sería una forma excelente de hacerse notar en el mundo de los mortales. Era como si él mismo pudiese ir… A través de un pequeño Zorua.

Así, esta noche, Zorua regresó de entre los muertos de la forma en que todo Pokémon llega a la vida. Un huevo. Y ese huevo me eligió a mí para que encontrara a aquel Riolu y su entrenador. Yo era el elegido que debía ayudarlo a nacer… y a acabar con su dolor.

Según me contó Anís, la enfermera Joy del Ciudad Gres la llamó en cuanto yo salí de allí para describirle el ser al que acaba de ver. No acudía a ella porque conociera su historia, sino por ser una eminencia en los Pokémon Fantasma, ya que la enfermera Joy había detectado en ese ser que no estaba ni totalmente vivo ni totalmente muerto. Pero ella supo quién era. Sintió despertar en su corazón un calor que llevaba años sin sentir. Desde que abrazó a Zorua por última vez.

Anís termina su relato. Creo que ni siquiera es consciente de que está llorando. Toma la Pokéball y hace salir a Painend.

Él la mira, creo que no la reconoce, o que el odio ha poseído completamente su corazón, porque no para de gruñir.

Me mira. Tengo miedo. Creo que Painend va a matarnos a los dos. Le he desobedecido, lo he llevado al único lugar al que él no quería ir.

-          Estás así por mi culpa… Yo te transmití mi odio… porque nuestros corazones estaban conectados…

Painend no la escucha. Sigue avanzando hacia mí. El suelo está manchado con las huellas de sangre que va dejando. Tengo miedo, pero siento lástima por Anís. Ahora sé lo que es el miedo y la tristeza de perder a un ser querido… Y ella había perdido a su más querido compañero. Solo de imaginarme a mi hermanita convertida en un demonio sanguinario por mi culpa me siento morir de pena.

Anís se abalanza contra Painend. Lo toma entre sus brazos y lo estrecha contra su pecho. Painend no deja de gruñir, y los sollozos de Anís son ahora de dolor. La está mordiendo. Pero ella no lo suelta. Siento que el amor que siente por el Zorua que una vez fue ese monstruo es capaz de superar cualquier barrera.

Las luces del bar parpadean. Painend no para de gritar, el amor de Anís debe estar volviendo loco de dolor al demonio que habita en su interior. Painend muerde a Anís, está sangrando mucho y ella grita y llora, pero es muy fuerte.

Painend no se rinde. Se zafa de los brazos de Anís, que cae al suelo. Tengo mucho miedo, ya ni siquiera parece que estemos en el bar. Las paredes parecen hechas de sombras y del techo caen gruesas gotas de sangre. Me parece oír los gemidos de un Zorua, pero parece sufrir muchísimo.

Anís está sangrando mucho. Tiene que estar sufriendo tanto… Pero dice algo:

-          Lucky… Por favor… Lucky…

Debe de ser el nombre de su Zorua. Anís ya no se mueve. Supongo que se ha desmayado o…

Painend la mira y no puedo creer lo que ocurre. Cae al suelo como si lo hubiera fulminado un rayo. No sé por qué, pero tengo miedo de que esté muerto.

Todo está oscuro y silencioso. De pronto, un montón de sombras surgen del cuerpo de Painend. Son como espíritus hechos de pura oscuridad. Gritan y gimen con tal fuerza que creo que me van a estallar los tímpanos. Entre sus lamentos puedo entender una única palabra: “Volveremos”.

Desaparecen de repente. Sin más. Anís se mueve, menos mal que está viva, aunque sus heridas son terribles y sangran mucho. Se acerca a Painend… aunque ya no es Painend. En el suelo yace un pequeño Zorua. Lucky. La pesadilla ha terminado.

Anís toma en brazos a Lucky, lo acaricia y le susurra con ternura hasta que él abre los ojos. Me siento como si un intruso en medio de ese reencuentro.

Anís solo puede repetir una palabra:

-          Perdóname… perdóname… perdóname Lucky…

Estoy llorando. No me he dado cuenta de cuando empecé a llorar, pero… no puedo evitar sollozar al ver a Anís y a Lucky. Ella parece darse cuenta de repente de que yo estoy allí. Me mira y sonríe con una tristeza que me parte el corazón:

-          Lucky ya no pertenece a este mundo… Debe regresar.

Todo se vuelve muy confuso. Anís saca un Pokémon al que no puedo distinguir bien y la oscuridad me envuelve. Cuando recupero la vista estoy en un lugar que no reconozco. Es un puente, y sobre él hay una chica que observa el horizonte con melancolía.

Anís deja a Lucky en el suelo y le susurra:

-          Tienes que irte… Pero no olvides… que siempre te querré… Por toda la eternidad…

Lucky se aleja paso a paso. La mujer del puente lo acoge en sus brazos con una sonrisa y se aleja con él.

Anís rompe a llorar. No sé qué hacer para consolarla, yo también me siento muy triste. Tras un momento ella sonríe forzadamente:

-          Muchas gracias…

El Pokémon de Anís volvió a transportarnos a Ciudad Esmalte. Anís me acompaña al Centro Pokémon y la enfermera Joy me acompaña a una habitación.

Antes de acostarme sin embargo, recupero a mis Pokémon del PC. No quiero estar solo. Casi como queriendo convencerme de que Painend no fue más que una pesadilla, cambio de caja en mi PC a aquella en la que lo guardé momentáneamente. Mis Pokémon no están, claro. El suelo continúa manchado con su sangre, no creo que se vaya nunca.

Voy a acostarme. Mañana volveré a Pueblo Arcilla y pasaré un tiempo con mis padres y mi hermana.

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